JOSÉ A. RUEDA
Que sí. Que los músicos del mundo alternativo también necesitan comer y pagar sus facturas. Y si cuentan con un pasado glorioso como el de haber formado parte de dos bandas punteras de los noventa españoles como Surfin’ Bichos y Mercromina, ¿por qué no sacarle jugo?
Y seamos sinceros: todos los amantes de la música hemos disfrutado como niños durante los numerosos conciertos que Mercromina han venido dando hasta hace poco (sin olvidar la reunión sorpresa de Surfin’ Bichos en el festival Contempopránea).
Este es el trabajo de Joaquín Pascual: dar conciertos. Y nadie duda de que se gana meritoriamente su salario. Hacer canciones, por contra, no es su trabajo. Es su medio de expresión vital. Y lo demuestra sobradamente con su cuarto disco en solitario, Una Nueva Psicodelia (Subterfuge, 2015).
En el disco anterior (dos, en realidad, pues La Frontera vino con una secuela instrumental junto a La Orquesta Descacharrada), el de Albacete se centró en la búsqueda de un sonido nuevo para sus composiciones, revelando su interés por lo fronterizo, el western y la banda sonora.
Si con el título La Frontera avisaba del género que nos íbamos a encontrar en sus canciones, Una Nueva Psicodelia también nos da una idea del contenido sonoro antes de desempaquetar. El nuevo álbum de Joaquín Pascual es de esos de pulsar el play, acomodarse en el sillón de casa –en el asiento del tren o en el del metro– y escuchar de principio a fin.
El viaje comienza de noche, en una autopista desde la que Joaquín, en la parte de atrás del coche (probablemente el mismo de la portada, diseñada por el conocido actor y humorista Joaquín Reyes), observa cada uno de los detalles tanto de dentro como de fuera, tanto de él como de sus acompañantes. Se erizan los sentidos. Se distorsionan las imágenes. Se saturan los colores.
La nueva psicodelia es esto: una catarsis sensitiva en donde las palabras se condensan y se ordenan para hinchar cada frase de mensaje. No hay versos muertos. Cada línea es un grito a la vida, al ansia de existir, al miedo al vacío. Una Nueva Psicodelia es un canto al caos de la modernidad.
De la serenidad entre texturas tropicales deformadas se pasa al éxtasis abrasador de “Maridos”: una insistente invitación a la orgía sonora de Joaquín Pascual. Una búsqueda de los placeres de la vida pronto malograda, ya que el grito de desesperación vuelve después en “Alguien tiene que hacer algo”. Las palabras “pensar” y “pensamiento” se repiten mucho en sus estrofas, como aclarando que el mundo que describe no es real, sino el de su interior. Sin embargo, no nos resulta ajeno en absoluto, pues es la sincronía de nuestras existencias lo que convierte los sentimientos en universales. Por tanto, la tormenta emocional también nos hiere, pero cada gota que golpea nuestras caras nos hace sentir vivos.
Cuando escampa en “Te lo pinto lunático”, Joaquín nos invita a un paseo por algún parque de la gran ciudad en la otoñal “Me lleva el aire”. En el final del viaje, el largo fundido a negro de “Rick y Rachael” nos descubre de nuevo en el salón –en el tren o en el metro– con una sensación parecida a algo entre el cansancio físico y el alivio emocional. La propia de haber descargado todo el fuego que nos quemaba por dentro.
Encerrado en su habitación y rodeado de aparatos, Joaquín ha confeccionado un sonido hipersensitivo capaz de transportar al oyente a lugares de ensueño. Un mundo onírico en lo musical, pero crudo y real en lo poético. Como escritor, el albaceteño se crece en este disco y nos hace pensar que la experiencia vital a la hora de componer, lejos de acomodarse en algún momento de la adultez, mejora como el vino con el paso de los años.
Otro dato que se destierra en cuanto a la edad es la creencia de que la electrónica es cosa de jóvenes, mientras que el gusto por lo folk aumenta con las canas. Joaquín Pascual se aparta del camino tomado por Nacho Vegas (al que parecía imitar por momentos en La Frontera) y se le abre el apetito por la experimentación sonora propia de los años del noise y el shoegaze de Mercromina.
El resultado es esta obra de arte que, si no supone a la corta o a la larga uno de los momentos más lúcidos de los últimos años independientes en España, al menos es, sin duda, el paso más gigante que ha dado Joaquín Pascual desde que firma discos con su nombre y apellido.
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