ULISES GUZMÁN H.
No sé bailar. Soy uno de esos que no lo entiende. No entiendo los placeres del movimiento, no es algo que se me antoje.
Sin embargo, a veces lo hago. Bailo para acompañar a una chica que me gusta, bailo por presión de mis amigas cuando quieren ayudar a que me relaje y a veces un ritmo es tan poderoso e infeccioso que simplemente debo bailar, aunque no lo entienda, aunque no lo haga bien, aunque no me vea cool o sexy como la gente en los videos.
Hay otro momento en que bailo: cuando la voz de Sharon Jones me lo ordena.
Cuando escucho la voz de Sharon Jones, mi cuerpo obedece como si ella fuese la oficial de más alto rango en un ejército, su ejército, el ejército de una sola voz.
Imagino a Sharon al frente de huestes inmensas de bailarines, que avanzan sin cuartel, no en una marcha disciplinada, sino con los movimientos cadenciosos de alguien que parece sentir un orgasmo permanente de la entrepierna hasta la punta de los dedos.
Cuando la voz de Sharon lo ordena no importa lo que entiendes, no importa lo cool, lo sexy. Importa llorar o sonreír con todo el cuerpo. Bailas. Bailas aunque no te muevas. Cuando la escuchas, bailas en la silla frente a tu escritorio mientras trabajas en tu hoja de cálculo. Her soul speaks to your soul. Obedeces, porque en esta guerra tú eres un soldado raso y ella es la general y veterana de mil batallas.
¿Y cuál es esta guerra donde Sharon Jones ha peleado tanto? Es una y muchas. La guerra de ser mujer. La guerra de ser una mujer negra. La guerra de ser una mujer negra de más de cuarenta años en el showbiz. La guerra de ser una cantante de soul en el Siglo XXI del autotune.
Si Sharon Jones lo ordena tú dices “sí, señora” y sonríes con todo el cuerpo y sales de tu trinchera. Hoy, en el campo de batalla, tengo fe en que siempre habrá un eco que me permita escuchar el grito de guerra de esa feroz mujer, porque no quiero ser ese soldado que sólo entiende las cosas, pero nunca baila.
Que tu cuerpo descanse en paz, Sharon, pero que tu alma se quede con nosotros.
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