DAVID MELÉNDEZ
FOTO: Festival Nrmal
Slowdive alargó las melodías como si fueran polvo de hadas para enamorar consciencias. Y logró hipnotizar a la eternidad. Pocas ocasiones, una banda tan efímera logra un puntaje absoluto y perfecto con su también efímera discografía —Just for a Day (1991), Souvlaki (1993) y Pygmalion (1995)—, algo que los ha colocado en el ámbito de las leyendas vivientes.
Pero, ¿qué es lo que hizo tan único y atrapante a su sonido, que nació del artero uso en guitarras Fender y Rickenbacker del delay, el Echo Plus y el trémolo?
Sencillamente esa muralla de guitarras, espesa, pantanosa pero con visos de suavidad que permitían al escucha penetrarla para encaminarlo al mundo etéreo de la ensoñación. Aunado a lo anterior, las vocales delicadas, pálidas y casi infantiles, que embonaron a la perfección con dulzura entre un aparente caos sonoro.
Pocas bandas supieron sahumar el terminó de ser melancólicas, pero Slowdive lo patentó e hizo suyo sin mayores esfuerzos y con una actitud de entrega absoluta hacia el arte de crear música atemporal.
Y dentro de su sonido, se gestó el romance adolescente fatalista y la poesía vuelta éxtasis de vida; además, el escalofríos furtivo que sucedía cuando las guitarras, saturadas, cortaban al ambiente con su salvaje ola de ataque, inyectaba siempre al oído una sensación vitalista difícil de ignorar; y el amplio sendero del shoegaze (etiqueta que puede ser propiedad de ellos y de My Bloody Valentine sin ningún problema) donde eran pastores absolutos de sus praderas, y ocurría el hechizo sonoro de toparse cara a cara con la dulce nostalgia.
Por eso, que el Festival NRMAL traiga a México a la banda formada un año antes de 1990 en Reading, Inglaterra, por Neil Halstead y Rachel Goswell, es un hecho para guardarlo bajo llave en la memoria de nuestra existencia y ver su directo hincados o en señal de oración celestial.
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