ESTEBAN CISNEROS
Pensaba llegar a casa a cumplir mi plan mañanero de escribir sobre toda esta música emocionante que he escuchado en las últimas dos semanas (…) Y, ¿saben?, ni un jodido arácnido con ridículas tenazas me detendrá…
Tengo pavor a los alacranes. Eso. Un pánico de esos que colecciono y que resultan tan incómodos como un pantalón con el tiro muy justo o un mosquito evasivo en una noche en la que sabes que solo vas a dormir tres horas y quieres aprovecharlas pero el muy cabrón combo Zumbido/Amenaza de Succión de Litros de Sangre no te dejará. Un miedo que podría ser tan irracional como mi ansiedad por los ascensores. Pero no: vivo en León, esa ciudad que ha generado un mutante que ni el más temible kaiju, ese híbrido infernal, esa amenaza constante. Hablo del alacrán leonés, claro.
La leyenda cuenta que a las tenerías llegaban pieles importadas de distintas partes de México, tal vez del mundo. Los viajes de los marroquineros y zapateros a Durango eran comunes: el ganado ofrecía una piel trabajable y de cierta calidad. Se dice que entre esa mercancía se escondían alacranes durangueses, hijos de puta, y que cuando llegaron a León se encontraron con los alacranes del Bajío, cabrones de mierda. Se hicieron amigos, se enamoraron, se aparearon y surgió entonces un monstruoso rastrero que se quedó a vivir. La variedad de arácnidos de la especie creció exponencialmente y, según dicen, hay incluso una que puede cerrar sus pulmones (o lo que sea que tengan los muy miserables) durante 48 horas para evitar morir tras una fumigación. Lo dicho: pinches bestias.
Hoy fui testigo de una picadura de alacrán. A menos de un metro de mí. Que pudo haberme sucedido a mí. Jodido. Estaba en mi trabajo de día, en mi lugar, a punto de agradecer una mañana tranquila y planeando una tarde plácida de escritura y música, cuando llegó un compañero (llamémosle así porque, aunque le aprecio y mucho, no es una denominación técnicamente correcta esa de “compañero”, pero no nos detengamos en eso) y recargó su mano sobre el marco de la puerta. Se disponía a preguntar algo. Lo supe porque dibujó con su pronunciación marcada (el tipo habla como Moss de The IT Crowd) una apertura de signo de interrogación. Pero la interpelación se convirtió en un insulto espontáneo, casi de Tourette, seguida por un grito: “¡me picó un jodido alacrán!”
El esperpento estaba allí, caminando en vertical en el marco de la puerta, justo donde apenas un minuto antes había apoyado yo también mi mano para dar una estilizada vuelta a lo Gene Kelly en Singing in the Rain y reingresar a mi oficina después de una visita urgente a la jofaina. A esto siguió, claro, una conmoción en la que hubo más gritos, un lamentable Jarabe Tapatío sobre el animalejo y una carrera a la Cruz Roja que yo ya no hice: me quedé palmeando al compañero en el hombro, deseándole suerte, sacudiéndome de miedo y de impacto aún.
Oh, no pasó a mayores. El sujeto estará de regreso mañana. Lo mismo que una fastidiosa paranoia que ya se ha instalado en mí. Estoy alerta. A mí no me pasará. Todo el día he tenido alacranes en la cabeza: los veo detrás de mi taza, en mi taco, al abrir un libro, al poner un disco. Están detrás de la puerta de mi casa, escondiéndose entre las teclas de la computadora, arrastrándose por el piso hasta llegar a mi dedo-gordo-del-pie-gordo-como-una-pelota-de-billar y saciar su sed de violencia en él. Claro que no están. No hasta ahora, al menos.
Pensaba llegar a casa a cumplir mi plan mañanero de escribir sobre toda esta música emocionante que he escuchado en las últimas dos semanas. Pensaba poner play, servirme un escocés (esta vez con un poco de hielo, hace demasiado calor) y dedicar una buena tarde a darle vueltas y vueltas a canciones sensacionales, repasar guitarrazos que me hacen pensar en cosas tan absurdas como esperanza humanidad belleza, tal vez cantar voz en cuello (y en calzoncillos, hace demasiado calor) dos o tres tonadas que han puesto orden a la entropía de mi cabeza en estos últimos días y teclear con la desenvoltura de un Tom Sharpe en plena lascivia. Y, ¿saben?, ni un jodido arácnido con ridículas tenazas me detendrá. Aquí voy, entonces, con un pequeño listado de cosas emocionantes que he escuchado en las últimas semanas (patrocinado, cómo si no, por Alacramyn®, liofilizado para solución inyectable):
1. Ave Negra, Ave Negra
El ruido de estos costarricenses no es nuevo. No lo es en el sentido de que sus primeras grabaciones se remontan al lejano (y aciago) 2012 y también en cuanto a que hacen una música de garaje que suena a lugar conocido, pero es de esos a los que da gusto regresar. Como ir a un bar especialmente querido después de una temporada de abstinencia (cuya probable causa es una picadura de alacrán) o como entrar en casa, servirse un escocés y poner un disco increíble cuando las dos horas anteriores han sido padecidas en el transporte público leonés a 35° centígrados en hora pico (un gordo te respiró en el cuello durante buena parte del trayecto, te metieron mano, un niño se limpió un moco en tus tejanos y si no soportas los ascensores cómo haces para meterte en el Optibús, carajo). Ave Negra lo tiene. Ave Negra es música que me encanta. Ave Negra es ansia y libídine hecha canción. Ave Negra es ruido del que hace que las chicas se levanten a bailar en cualquier fiesta de sábado por la noche. Ave Negra lanzó hace poquísimo su nuevo material, homónimo, y es el antídoto para cualquier mal. Incluso un piquete de escorpionoideo.
2. Happyness, Weird Little Birthday
No es un disco estrictamente nuevo (salió en marzo; en el mundillo de los enterados eso equivale a la fecha de la fundación de la Villa de León) pero mola mogollón, rige universos, salva el día y gana el Congreso (del Rawk). Happyness es como si Pavement hubiese ocurrido en 2015 y, carajo, ojalá eso ocurriese. Esperen, que eso ocurrió. Solo que no se llaman Pavement. Claro, exagero: hay mucho más que eso. Pero la base está allí. Se les acusa de quedarse estancados en 1997… por tipos que se quedaron estancados en 2003. Así que, carajo, qué más da. Cualquier día uno podría morir entre las tenazas de un alacrán, aguijoneado sin piedad hasta quedar como una coladera peor que Sonny Corleone; entonces, ¿para qué preocuparse por cosas así? No, los modernillos están out, qué más da, que se queden con sus ruidos nuevos y su ceja permanentemente alzada. A mí Happyness me produce lo que el nombre porque son raros, son clavados, se quedaron en 1997 y… ¿y qué? Weird Little Birthday es desde ya uno de mis discos esenciales del año. ¡Ja! “Mis discos esenciales del año”. Lo dice el tipo más pasado de moda de este lado del Río de los Gómez.
3. The Just Kids
No soy ajeno el universo BMX Bandits. Al contrario: si pudiese, me quedaría a vivir allí, en una esquinita de Your Class, tal vez. O, por qué no, en una canción de The Just Kids, uno de los tantos proyectos, el más nuevo, del genial Duglas T. Stewart (en este caso, al lado de Stu Kidd). Aunque apenas tienen literalmente un par de canciones (“literalmente” está usado de manera literal), hay pistas de que pueden continuar creando tonadas. Eso si tomamos en cuenta que el material, publicado en Bandcamp, se llama The Just Kids #1. El proyecto es un homenaje sincero y sentido a Kim Fowley (¿por qué te fuiste?) y a Jeanette McKinley, del dúo de culto The McKinleys y cuyas ganancias irán íntegras al Scottish Women’s Aid, organización de prevención de la violencia doméstica. El dibujo que acompaña las canciones es un guiño clarísimo, amplérrimo y flagrante a The Fabulous Stains y a toda esa mítica de Fowley con las Runaways. Y así suena The Just Kids: naïf, glam, elemental, inmediato, medio cutre. Venenoso, muy venenoso. Carajo, me encanta.
4. Little Children, Travelling Through Darkness
Linus Lutti, sueco y loco, tiene ya algunos años de artesano musical. Pero yo recién le he descubierto. Su último EP es increíble. Así suena el XXI: anclado al pasado, buscando nuevos sonidos en lo ya descubierto, pataleando por encontrar un lugar y mareándose en el intento. Es música de la que los modernillos se apoderarán (perdón: de la que se han apoderado ya, ellos siempre van un paso adelante, ja). Su “Song #4” va a ser himnazo de festivales, banda sonora de comerciales y, quién sabe, hasta de la nueva película de zombies/vampiros/superhéroes de moda (si no es que lo es ya). Es carne de mainstream. Es puro pop, pues. No se sorprendan si la escuchan en su próxima visita al supermercado (no se olviden, como yo, de llevar insecticida casa-y-jardín con poder antialacránico) pero no se alarmen, no se enojen: será bueno. Mejor escuchar algo así y ver que las señoras que revisan con ímpetu y delirio las fechas de caducidad de la leche bailen un poquito o al menos muevan el pie a seguir escuchando “Love is Blue.”
5. Saun & Starr, Look Closer
Saundra Williams y Starr Duncan Lowe, neoyorquinas del Bronx, se conocen desde hace años. Son, casi, amigas de infancia. Y son las coristas de Sharon Jones, la gran diva del soul posmoderno. Y, ay, han grabado su primer disco largo para (obvio) Daptone Records. Y es soul del grande (el que ve hacia atrás, al góspel, pero el que ve hacia adelante, al funk y a lo que le siguió), del inmortal, del que va a cumplir cien años en completa salud y calma, preguntando dónde será la siguiente fiesta. Daptone es garantía de calidad, pero también es música que se mueve dentro de una cancha no tan holgada. Que es casi lo mismo, ¿no? Este par, Saun y Starr, hace que cualquier cosa se olvide. En el rato en que sonó el disco hasta me olvidé de que podría haber un nido de alacranes en mi librero, una idea que se me ocurrió en la mañana y que me había perseguido todo el día. Que hagan casa, los cabrones. Mientras suenen Saun and Starr, está bien. Es más: que salgan a la fiesta. Prometo no bailar sobre ellos.
6. The Tamborines, Sea of Murmur
Son un poco shoegaze, un poco psicodelia, un poco twee. Son brasileños. Son un grupo con mucha carretera a cuestas. A estos ni un puto alacrán leonés los impresiona. Les conocí con Sally O’Gannon (que es una maldita pasada) y les había perdido la pista hasta ahora. ¡Jo-der! Lo tienen todo: muros de guitarras, melodías de cuatro o cinco notas, referencias cinematográficas por doquier, una atmósfera anacrónica pero feliz… No es música como para armar una celebración de baile, pero sí para organizar un bebercio/fumercio de proporciones frankherbertianas. Si no te gustan The Tamborines, entonces no eres mi amigo. “Said the Spider to the Fly” es una puta obra maestra, he dicho.
7. Vital Idles, Demos
A ver, ¿me dices que estos son solo “demos” de Vital Idles? Mira, que por mí, esto podría ser lanzado en una edición lujosísima de vinilo de 480,000 gramos con cuádruple gatefold y un facsímil del papel de baño que usó Jessica, la cantante, en su primer concierto en The Old Hairdressers en Glasgow, Escocia, y me lo creo. Y lo compro. Por un dineral. Porque, sí, desafinan. Son como unos Young Marble Giants, pero más amateur, con solo guitarras y voz, urgentísimos, híperpunk, adorables, actuales. Pero… pero son Vital Idles. Tienen un nombre genial. Suenan a lo que debería sonar la música del XXI (la muestra la pusieron algunos desde los setenta y ochenta del siglo pasado, como TVP’s, Swell Maps, Adverts o los ya mencionados YMG) y ojalá que hubiese más chicos que se encierran en su cuarto, con sus computadoras o aparatos que empiezan por i, a hacer música así: desacomplejada, abierta, libre. Vital Idles son la izquierda de la izquierda, la vanguardia de la vanguardia y el rock del rock. Son el androctonus australis del pop, así de ponzoñosos. Ay, güey.
8. West Thebarton Brothel Party
No se entiende muy bien de qué van estos. Hey, ¡eso es justamente genial! Hay guitarras estridentes, gritos, baterías que hacen pum-tam-tam-pum-tam-tam y coros que dicen wo-ho-oh-oh. Me han comprado. Así de fácil soy. Pero es que el mundoide pop de hoy se empeña en la sobreproducción, en repetir ad-libs ad infinitum que dicen “hey baby oh baby” pasados por montones de efectos sonoros que solo pueden ser producto de la Manzana Infame y… ya deliro. West Thebarton Brothel Party me gusta desde el nombre. No sé cómo se ven. No les voy a buscar en la red ahora (no me toca: te toca a ti, lector, para hacer de esto algo más interactivo) porque estoy muy ocupado escuchándoles (descargados de la red, eso sí, pinche mundo: no me dejas ser consecuente). Y seguro van a lanzar un LP pronto. Y va a ser bueno. Va a ser como… Carajo, ¿qué es eso?
Joder: un alacrán. En la puerta de mi estudio, el cuarto de casa donde trabajo. ¡Qué carajos quiere! ¿Es una broma pesada? ¡Hay un jodido scorpio de cinco centímetros esperándome en la puerta de mi estudio, esperando a que termine de escribir esto! Pues, termino, faltaba más. Tiene el aguijón listo, las tenazas como si fuese Clint Eastwood en una peli de vaqueros, listas para desenfundar un pequeño revólver arácnido. Hijo de puta. Pero, hey, ¿qué es eso que tengo allí? Un botín Chelsea, un tacón cubano. Estoy armado, cabrón. Y listo. Pongo play. Voy a enfrentarme a ese bribón. No me ganará. No hoy. Allá voy. Si no vuelvo, quemen mis discos. Que no se los quede nadie.
C/S.