CARLOS CELIS
No soy un pobre angelito. No soy víctima del lobo feroz de los medios. El periodista también comete errores y también puede aprender a afilarse los colmillos. Pero si llegaras a atravesar una fase oscura en tu carrera, es bueno saber que no estás solo, que si tus colegas no están contigo, al menos te acompaña la sabiduría milenaria. Esa que puso en tu camino frases tan lastimeras como: 1) “Nadie es indispensable” y 2) “Arrieros somos y en el camino andamos”. Dos dichos que son los más escuchados en la profesión del periodista. No me pregunten por qué.
Ya antes tocamos el tema de los que llegan llenos de entusiasmo a esta profesión. Porque sí, el periodismo musical es fascinante. Les decía que son los periodistas de generaciones anteriores los que a veces necesitamos esa inyección de entusiasmo, porque el espectáculo también aburre, y más cuando descubres que el artista es alguien igual –y a veces menos interesante– que tú. Ya lo dijo José José que “hasta la belleza cansa” y también el glamour se puede convertir en rutina.
A mí siempre me ha gustado tratar al artista como persona, la mayoría de ellos lo prefiere. Pero también están los que no lo agradecen tanto y los que no se deciden si quieren que los trates de piquete de panza o de buenas a primeras te van a recordar que ellos son famosos. En ese apartado pondría al director Guillermo Del Toro.
Hace días, Del Toro regresó a México y estuvo en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Hace algunos años un grupo de periodistas lo entrevistamos en una amigable charla de mesa y surgió el tema de los presupuestos para realizar cine, la diferencia entre trabajar en México, España y ahora en Hollywood.
A mí se me salió decirle, con el desparpajo (valemadrismo, si ustedes quieren) que me caracteriza, que se había notado en El espinazo del Diablo. Si nunca han visto enojado a Guillermo Del Toro, déjenme contarles que se pone rojo como un tomate, literal. Es importante aprender la diferencia entre ser informal e irrespetuoso, pero no es fácil.
En otra ocasión, Televisa me comisionó una entrevista con Bon Jovi para la que tuve que viajar a Chicago. Todo muy bien, muy bonito, de no ser porque Bon Jovi no me interesaba para nada. Para el periodista musical novato, puede ser novedad enterarse de que estos viajes son regla, y al menos antes no eran tan especiales, pero desde que las disqueras redujeron costos ya no hay derroche.
Aquella vez llegamos al hotel House Of Blues, donde la banda se presentaría en la sala de conciertos. No creo ser el único reportero que en cierto punto ya se emocionaba más con la cama, las almohadas y hasta el jabón, que con el artista. Esa vez nos acompañó la representante de la banda, de su disquera en México, una mujer algo rara que según me contaron creía que todos la recordaban por haber estado en Rock 101 (ya saben que yo era un chico “Magia Digital”, así que ni idea) y alguien llamado Gustavo, que parecía su asistente.
El día que hicimos las entrevistas yo iba del mejor humor. A la banda la dividían en dos para responder las preguntas: Jon y David, y después Richie y Tico. Para quienes sepan algo de Bon Jovi, esto lo hacían para separar a las divas Jon y Richie. A mí me tocó primero Jon y se portó espléndido. Cualquier apatía que pudiera sentir me la quitó con carisma. Pero después vino Richie Sambora y aunque Tico Torres también es muy carismático, no alcanzó a compensar por la pesadez de Richie.
Eran tiempos de internet y acababan de lanzar la canción “It’s My Life” con un video que trataba precisamente sobre eso, internet. Les hice las mismas preguntas sobre este tema que le hice a Jon, pero a Richie no le interesaba el internet y me pidió que le preguntara otra cosa. Pude haberlo hecho, pero #WEVA #BONJOVI #YOLO. Así que tras un par de respuestas pensé que con eso tenía suficiente y di por terminada la entrevista ante la molestia de Sambora. ¿Alguien quiere entrevistar hasbeens toda su vida…? Yo no.
Cuando eres joven crees que te puedes comer el mundo de un bocado. Así que –por qué no– cuando aquella mujer rara se acercó a preguntar cómo me fue, yo aún perturbado por lo sucedido con Sambora le dije: “Bien. Pero hay que ser honestos. ¿Quién escucha a Bon Jovi todavía?” (SILENCIO SEPULCRAL). Ahora que lo pienso, ese silencio se sigue dando, incluso para quienes están leyendo esto. El simple sentido común debería impedir que alguien hiciera algo así, pero supongo que yo ya lo había perdido, junto con mi interés por Bon Jovi.
Así que al siguiente día me despierto temprano, listo para regresar a México y cuando bajo a la recepción me dicen que toda la comitiva se había ido. Pido que marquen a las habitaciones de los de la disquera y nada. A otros compañeros y tampoco. Voy al restaurante y no está nadie. Y a mí nunca me marcaron para avisar que ya nos íbamos, como era la costumbre. Así que faltaban dos horas para el vuelo y corro al metro porque según yo sería lo más rápido. Error. Llego al aeropuerto cuando faltan como 15 minutos pero ya no me dejan abordar y me quedo varado en Chicago.
A través de los años, cuando le di vueltas a esta historia nunca entendí si hubo alguna justificación real para dejar a un periodista abandonado en otro país. Sin querer convencerme de que yo era la víctima pensaba: OK, me porté como un niño mimado… pero seguía sin ser suficiente. Traté de entrar en la cabeza de esa extraña mujer y la imaginaba pensando: “Sí, se lo merece. Que al fin trabaja para Televisa, que ellos lo regresen a México. Ñaka ñaka”. Pero por más que lo pienso sigo sin encontrar una justificación. A quienes leen esto les pediría que me ayuden a pensar, ¿cómo le hubieran hecho ustedes para regresar desde otro país?
A la mujer la seguí tratando mientras trabajé en Televisa. Cuando hablamos del tema me dijo “Ay, no es cierto. No te dejamos en Chicago”. ¿Entonces me lo imaginé? Con los años entendí que se abren más puertas cuando te portas como lambiscón, pero a mí no se me da. Y a veces el tiempo puede terminar por darte la razón. En este momento, Richie Sambora ya no está en Bon Jovi. Años después, me encontré a Gustavo (el que creí su asistente) en una estación de radio. Me habían invitado a un programa para hablar sobre el estreno de mi propio programa y ahí estaba él de co-conductor. Obviamente no me reconoció y se quiso hacer el simpático porque andaba de locutor espiritual, budista y no sé qué. Me dijo “Siéntate aquí, que no muerdo”. Le respondí “Tú eres el que me dejó tirado en Chicago. Por supuesto que muerdes”.
O lo que es lo mismo: “Arrieros somos y en el camino andamos”.
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