LANE COUTELL Tardaron 16 años en volver, pero no tendrán un regreso triunfal.
No hay algo más aterrador para una banda que tratar de cubrir las expectativas que se generan sobre su trabajo. Ese tipo de presión suele asociarse con grupos de alta apreciación colectiva o de influencia comprobable, mientras que a otras bandas se les niega el reconocimiento como precursores y se les posiciona en una especie de limbo al que sólo los curiosos se acercan, justo como le ha sucedido a The Pastels.
Da la impresión de que aunque pasaron 16 años sin editar un disco, The Pastels no generan la atención mediática necesaria ni la expectativa por conocer su última estrategia, a diferencia de casos como My Bloody Valentine, a quienes se les cuelga de inmediato el estandarte de pioneros y cuyo último disco fue celosamente anticipado. Pero asumo que justo debido a esa falta de presión, es que se puede trabajar sin la innecesaria ambición de crear asombro.
Slow Summits es un disco que suena relajado y sin pretensiones, solo es y ya. Quien esté familiarizado con el trabajo de The Pastels, encontrará una línea muy similar entre esta y sus anteriores producciones, aunque el resultado final suene un tanto más pulido (sutileza derivada por el tiempo que aplaca o de manera consciente, como meta).
Diez temas (dos instrumentales) llenos de cálidas flautas, emocionales chelos, guitarras comprimidas, voces tímidas y tintineos que nos hacen sentir cómplices de un secreto que pocas veces es revelado en pláticas casuales: la melancolía tiene un hermoso encanto y esta colección de material acumulado desde finales de los noventa, evoca directamente a ese estado.
Se trata de un disco lanzado en pleno verano, pero que alberga un sonido cargado de sensaciones otoñales y nos sume en una atmosfera reflexiva que nunca es tediosa o densa, sino amigable.
¿Se puede ser espontáneo cuando tu sonido derivó en la gestión de bandas tan importantes como Belle and Sebastian?
Slow Summits es un trabajo complejamente sencillo que al no revelar una solución al enigma existencial humano puede ser pasada por alto, pero esa es su mayor ventaja: darle la espalda al deseo de trascender, en un mundo lleno de esa necesidad.
–