ESTEBAN CISNEROS
Rosetta Tharpe nació en Cotton Plant, Arkansas, el 20 de marzo de 1915. Si hoy viviese, tendría cien años.
Cuántas cosas han pasado en el último siglo. Cuántas, carajo. Y cuántas pasaron por influencia directa de Sister Rosetta Tharpe. Cuántas. Muchas. Más de las que imaginamos.
Esta chica, Rosetta, creció entre campos de algodón y sermones pentecostales. Su padre cantaba, pero su madre era una maldita fuerza de la naturaleza, una borrasca con pulmones y corazón. Era una Devota con D mayúscula, que un día decidió que vivir y predicar en su pequeña iglesia en Arkansas no era suficiente y tomó camino. No iba sola: iba con Rosetta. Se fue de gira por Estados Unidos. Era 1921. Madre e hija recalaron en Chicago, donde la pequeña conoció el mundo urbano y una extraña nueva música que fascinaba en todos lados: el blues.
Rosetta era una show woman por excelencia. Criada entre escenarios y púlpitos, se dice que a los seis años ya reunía audiencias con su carisma, su voz y su agudeza musical. Aprendió a tocar la guitarra y, más tarde, cuando el instrumento evolucionó (o como dirían algunos, “degeneró”) en aparato eléctrico, lo manejaba con una habilidad histórica: pocos guitarristas han sido tan chingones como ella. No es solo una opinión mía, Lebowski: hay que escuchar sus grabaciones. Poned play.
Listo. ¿Ya está claro?
Pero no solo eso. Fue una figura constitutiva del rock’n’roll. En 1938 grabó su primera sesión para Decca Records. Eran cuatro canciones y una de ellas rompió el mundo: “Rock Me” era una canción mundana sobre hombres y mujeres cuando Rosetta antes solo cantaba sobre Dios. Si alguien rompió el límite entre lo profano y lo sagrado en la música, esa fue Ms. Tharpe.
El escándalo que se suscitó la encumbró aún más: todos amamos la alharaca, el retorcimiento, el lado opaco de las cosas. Aquí estaba una chica que amaba lo mismo a Dios que a los clubes nocturnos, lo mismo beber del cáliz que beber en una sórdida barra a medianoche. Como mucha gente, vamos. Rosetta había, de modo paulatino, construido el personaje perfecto para la transgresión, para la rebeldía, para el siglo XX: contradictoria, intensa, natural, veraz, feroz.
La Historia nos vende que hubo muchos rebeldes originales (pero cuántas veces se ha equivocado esa señora pomposa, la Historia, a pesar de aparecer en volúmenes encuadernados; cuántas). Hoy toca no creerle, porque antes que peinados grasientos, caderas caprichosas, gafas pendencieras y pasos-de-pato, estuvo Sister Rosetta Tharpe cantando góspel y blues con gran destreza pero, sobre todo, con una devoción desmesurada.
Si algo hace al rok’n’roll es el sentimiento. Pues, bueno, si en “Down By The Riverside” o “Strange Things Happen Everyday” (dos piezas clave para entender a Tharpe) hay algo es sentimiento, actitud, estridencia, corazón, alma. Para 1944, la chica inocente que había recorrido Estados Unidos entre discursos bíblicos, la inocentona que se codeaba con Duke Ellington y Cab Calloway, había crecido. Era un gigante.
Pocos años después, se inventaría una música que le debía todo, basada en la intensidad, la conmoción y el ritmo. Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Johnny Cash, un tal Elvis: todos ellos serían lumbreras de esa música, pero si debían nombrar a alguien como madre, ella era Sister Rosetta Tharpe. Punto. Lo de esos tipos era una síntesis del sentimiento del góspel, el ritmo del blues y los guitarreos y vocalizaciones de la chica de Arkansas. Punto y aparte.
Mientras todos esos sujetos hacían de las suyas en escenarios de todo el mundo y cambiaban la vida de millones de imberbes, Rosetta vivía sus peores épocas. Cayó en el olvido, enfermó. El gran Chris Barber la rescató del olvido y se la llevó de gira a Inglaterra. Cuando, en 1964, los británicos invadieron el mundo con sus escarabajos y sus piedras rodantes, algún perspicaz se dio cuenta de que todo ese ruido había sido parido por alguien. Rosetta Tharpe pasó al frente, una vez más, tal vez la última, girando por Inglaterra; un concierto en Manchester en el que, por fortuna, estuvo Granada Television, registrando el documento definitivo que cierra el gran ciclo: la hermana canta y rasca su imponente guitarra eléctrica frente a un pasmado aglomerado de caras blancas de estudiantes sobrecogidos; ni la lluvia, ni la extrañeza del evento (en una abúlica estación de trenes), ni que frente a ellos hubiese una señora de cincuenta años les alejó de ahí. Al contrario. Fue un reconocimiento necesario de las raíces de todo. Rosetta Tharpe podía irse tranquila: siempre habría alguien que la reivindicase.
Nuestra heroína murió en 1973, después de varios años de padecimientos, primero por la muerte de su madre y después por una diabetes salvaje que le arrebató una pierna. En su tumba se leen dos frases, pero la esencial dice: “Ella cantaba hasta que llorabas y después ella cantaba hasta que bailabas de alegría”. Amén, hermana. Amén.
En 2007, Gayle Ward, una chica tenaz, sacó un libro titulado Shout, Sister, Shout, un texto obligatorio en cualquier biblioteca musical que aspira a lo apenas decente. Ward trabajó durante años para lograr un tomo entrañable y vehemente a la vez que ecuánime y justo, que sirvió como base a Mick Czáky, documentalista mitad inglés mitad húngaro, para poder lanzar, cuatro años después, un generoso documental sobre la Madrina del Rock’n’Roll. El filme, confeccionado con el gran oficio de Czáky (un experto en el género que ha trabajado casi siempre de manera independiente) es otra gran labor de amor que resume en sesenta minutos toda una vida que cambió millones de otras. Si hay películas indispensables para el entendido de la música, esta es una:
Antes de cerrar con el texto debo confesar algo: dos o tres veces, mientras lo escribía, tecleé “Rosetta Stone” en lugar de “Rosetta Tharpe.” El error está y lo asumo (aunque nunca se imprimió, porque suelo revisar y nuestro editor es un maldito crack), pero es que una es tan esencial como la otra. Una nos enseñó a entender la Historia antigua a través del lenguaje; la otra, a entendernos a nosotros a través de la música. Disculpad el error, pero ahí está mi explicación racionalizada.
Hoy las guitarras están en segundo plano en gran parte de la música pop. Por lo pronto, está bien. Pero hay que planear el Gran Regreso de las Guitarras mirando atrás para ver a los verdaderos héroes; no a los Satrianis de pacotilla que nos sirven de nada. Sister Rosetta Tharpe es un gran comienzo. Ya sucedió una vez y a la música le fue muy bien.
Sister Rosetta Tharpe amaba la vida. Le habría encantado vivir cien años. Pero lo logró. Ha pasado un siglo y hablamos de ella en presente. Y, lo que es más, hablamos de ella en futuro.
C/S.
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