ESTEBAN CISNEROS
Me gustan las personas que no pueden quedarse quietas. Que todo el tiempo mueven el pie como si tocaran un bombo invisible a 1000 BPM. Que garabatean o rascan una guitarra o escriben letras para canciones en los márgenes de revistas para ganarle a la ansiedad.
Urbanitas fantásticos y neuróticos siempre con libros, cómics, discos y películas en la cabeza, que caminan rápido por las aceras mientras cuidan no pisar las rayas del pavimento.
Me gusta Mike Krol, diseñador y músico. De Milwaukee, Winsonsin, se fue a California a hacerse de un nombre. Y en Los Ángeles lo tiene. Su trabajo visual –un poco de imaginería americana mid-century, un poco de punk– lo puso en el mapa pop, entre carteles, menús para restaurantes de moda, portadas de discos y sitios web. Pero si su diseño es interesante por sofisticado, su música lo es por desmadrosa, intensa y explosiva. Un buen complemento, en definitiva.
Mike Krol hace un estruendo fantástico con trucos de vieja escuela, mucha ansiedad y distorsión a tope. Conecta el micrófono al amplificador de guitarra (un cheat que nunca falla), toma tres o cuadro acordes que puedan tocarse muy rápido y muy fuerte y le pone ritmo a su angustia existencial o lo que sea que tiene en la cabeza que lo consume. Le sale un pop lo-fi machacón y gritón que funciona de tan vehemente y demente. Tremendo.
A inicios de esta década grabó dos discos de tiraje limitado en Counter Counter Culture, con la colaboración de Phil Mahlstadt al bajo, Michael Sienkowski a la batería y Elliott Kozel en guitarra en algunos tracks (los tres formaron parte de Sleeping At The Aviary, para quienes Krol diseñó en el pasado). Los álbumes son I Hate Jazz (2001) y Trust Fund (2013), dos placas de fino y estridente power pop de garaje.
En 2015 lanzó Turkey ya en Merge Records, ya con más exposición y mejor distribución (tanto que llegó a aparecer caricaturizado en un capítulo de Steven Universe). Y este contrato le permitió relanzar sus primeros discos en un combo 2×1 y en un lujoso empaque de dos elepés que resulta indispensable para quienes aman la música impulsiva y dinámica.
Mike Krol Is Never Dead: The First Two Records (2017) además recopila las demos, tomas alternas y rarezas de rigor; treinta-y-ocho tracks vigorosos y atronadores; pero no se espante, querido amigo hijo del milenio: en la tradición punk son todas canciones cortas, sin divagaciones, directas a la quijada o al hígado. No hay tiempo que perder, ¿o sí? Y, bueno, tal vez tocarlas de corrido a alto volumen induzca a jaquecas violentas, depresiones severas o impulsos violentos.
Pero de eso se trata la vida, ¿no? ¿No?
C/S.