ESTEBAN CISNEROS
Cuando una tradición tiene sentido, alma y humanidad, entonces es tal. Porque estas tienen una referencia pretérita clara pero también un rumbo hacia adelante. Viven. Y se personifican. Pasan de generación en generación sin academia de por medio, de boca en boca, de mano en mano. Parece que el blues es aún el ejemplo indispensable en la música. Más cuando nos encontramos con prodigios como Christone “Kingfish” Ingram.
Nacido en 1999 en Clarksdale, Mississippi, el niño maravilla de la twelve-bar music es la nueva figura a seguir del folclor urbano del blues. No parece coincidencia que su cuna sea la que los historiadores le atribuyen a esta música.
Es el más reciente (que no último, como todo indica) pequeño gran milagro del linaje de esa argamasa de los cantos de llamada-y-respuesta que se escuchaban en las plantaciones del delta del Mississippi, los gimoteos boogie woogie de los pioneros rurales y los quejidos de guitarras eléctricas a mediados del XX en Chicago, Memphis y St. Louis.
Ingram comenzó a tocar a los 5 años. Aunque su primer amor fue la batería y tuvo su primera guitarra a los 11, parece que nació con ella en las manos. Como muchos músicos de su zona, aprendió en su iglesia y en su calle: de la primera, el canto y el alma; de la segunda, las historias y la electricidad. Hoy (¿por suerte?) ya no es necesario hacer la Robert Johnson y vender el alma al diablo.
Por la sangre de Christone “Kingfish” Ingram corre el espíritu de Big Bill Broonzy, de Lightnin’ Hopkins, de Elmore James. Sus héroes, es indiscutible, son B.B. King, Muddy Waters, Albert King y Buddy Guy. Pero, puestos a esto, presume también estar bajo el influjo de Stevie Ray Vaughan, Steve Marriott, Prince y Jonny Lang. La música encuentra su sitio siempre.
Las guitarras eléctricas llegaron para quedarse. Ingram ha construido su reputación con sus dedos y seis cuerdas. Ya ha tocado en varios programas de tele gringa, festivales de jazz y blues en varios países e incluso dio un recital en la Casa Blanca frente a Michelle Obama. Y si bien sus sets son un muy cuidado repaso a los standards del blues con su sello personal, ya ha puesto en circulación un demo digital con dos canciones originales: “Don’t Waste My Time” y “Hell & High Water”, que apunta alto, muy alto.
Y si hay que ponerse funky, Ingram lo hace. Y cuidado, que en una de esas “Kingfish” se vuelve leyenda en vida. Dedos, alma, tradición, ansia de vida, impulso de ir adelante: tiene todos los ingredientes de la música que importa.
Porque sí, la música importa. Por mí está bien creerlo. Más cuando nos encontramos con prodigios como Christone “Kingfish” Ingram.
“Kingfish” Ingram tiene su sitio web oficial en christonekingfishingram.com
C/S.