CYNTHIA RODRÍGUEZ • La franquicia de tiendas de entretenimiento acaba de sacar un reglamento que prohíbe a sus empleados mostrar este tipo de expresiones.
La discriminación laboral y los dudosos códigos de ética no son exclusivos del Tercer Mundo -o como le quieran llamar- y tampoco se limitan a los trabajos de oficina. En el Reino Unido, la franquicia de tiendas de entretenimiento HMV acaba de sacar un nuevo reglamento para sus empleados que hará que los chicos tengan que usar pantalón y las chicas falda.
Aparte de mandar al diablo la equidad de género, también impondrán normas que censuran la diversidad y la libertad de expresión individual y colectiva. Los zapatos de los empleados tendrán que ser nuevos e impecables, y quienes tengan “arte corporal extremo” en su cuerpo tendrán que esconderlo o quitárselo.
La imagen pulcra y uniforme que la cadena de almacenes quiere transmitir.
En un país en el que hasta los abuelos tienen tatuajes y donde hay religiones y grupos étnicos que usan joyería facial como parte de su identidad, estas normas no han sido tomadas nada bien. HMV podrá vender álbumes de artistas que muestran tatuajes por doquier, pero sus empleados no podrán hacerlo.
La semana pasada, la compañía se justificó argumentando que sólo quieren atraer una mayor audiencia y hacer que se sientan cómodos. Pero si la gente es suficientemente vacía como para incomodarse con algún tatuaje, una perforación, o peor aún: una muchacha en pantalones, entonces esa gente también será incómoda por prejuiciosa.
Hacer las cosas más fáciles para las personas más difíciles no ayuda; y si HMV quiere rescatar a la música, el cine y los videojuegos de la piratería y de las descargas de internet, va por el camino equivocado. ¿Qué tal si mejor se esfuerzan en tener un staff preparado, abierto y verdaderamente apasionado por el entretenimiento? Así tengan tatuajes en la cara, serán más valorados que cualquier mustia que te haga caras y gestos ¡pero eso sí! con mucha falda y zapato pulcro.
Los fans de Selena Gomez ya no tendrán que preocuparse de que un chico con tatuajes o una chica con pantalones los atienda.
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