ESTEBAN CISNEROS
FOTO: Charlotte Patmore
Cómo será la música pop en el futuro, quién sabe. Existirá una industria musical como la de ahora, difícil saber. A veces da la impresión de que estamos en una época de transición; otras, de que estamos al final inevitable de algo, forzando la marcha, gritando en la oscuridad. Pero mientras algunos estamos pasmados de incertidumbre, otros han entendido que lo esencial no se ha perdido: el ritmo, el escándalo, el color.
La música, cuando se hace bien (“play from your fucking heart”, ya lo decía Bill Hicks), pasa por sobre todo lo demás. Es el caso de Bad Sounds de Bath, Somerset, quienes enganchan desde el nombre: puro espíritu en la época en que éste fue declarado extinto.
Falsa alarma. La era pop no ha muerto y no depende de contratos con disqueras, ni de productores estrella en estudios de lujo, ni de Pitchfork. Depende de que te tomes en serio la música y muy poco en serio a ti mismo.
Bad Sounds es, como los grandes proyectos de la segunda década del XXI, una especie de caprichoso Jackson Pollock sónico. Hay plastas de psicodelia sixties, de chamagoso funk de los 70, de new wave ochentero y de baggy de fin de siglo. No queda claro si con toda intención o sin querer-queriendo (¡qué más da!), pero esta action-painting (ojo en la palabra action) es justo lo que la música requiere hoy: ver hacia atrás para abordar lo que vendrá.
Sin prejuicios. Con ritmo. Con agallas. Entendiendo otra vez que si no se puede bailar, a la mierda la revolución. Que hay que emocionar, que no se trata todo se hacerse el interesante, que las colecciones de discos sirven de muy poco si no crean monstruos nuevos.
Porque no todo se trata de hacer mezclas resultonas o de demostrar que uno es un enteradillo más. Eso qué. Si vas a hacer una pócima de bruja, que salga bien. Que contagie. Que enferme. Que mantenga interesante todo este pedo por el que muchos nos mantenemos vivos. Que suene vital y coloreé el monocromático tedio de cada día. Que nos recuerden que estar vivo puede (y tal vez debe) ser una experiencia porque no hay más. Porque no hay más.
Bad Sounds es Michael Jackson en su era funk y Screamadelica, de Primal Scream; es los Stone Roses y Beck; Surrealistic Pillow y Psychedelic Lollipop, De La Soul y la D.A.I.S.Y. Age y los Lightning Seeds; todo el plan milennial y sin ironías ni distanciamientos ni homenajes.
Esto, dicen los Bad Sounds, es hoy y no se ha terminado. Esto puede, todavía, rescatarnos del hastío y de la apatía. Y lo hará.
Llega un año que se anuncia como convulso y estúpido. Ya sabemos a qué nos atenemos. Pero ya también sabemos con quién contamos y, más o menos, qué hay que hacer. Al menos sabemos que no hay que sucumbir y que el enemigo se ha presentado con lujo de detalles, así que podremos detectarlo. Hay que armarse de buenos amigos y de música.
Bad Sounds debe estar en toda cartuchera en el ’17. Vamos a lograrlo.
C/S.