ESTEBAN CISNEROS
Así pasa: pongo una canción por curiosidad o una recomendación y no sucede mucho. Voy a lo que sigue: de repente recuerdo algún otro tema y doy play, lo que me lleva a otras cosas.
El punto de partida está lejano y, con todo, al terminar la sesión de escucha, en mi cabeza, en una rotación inagotable, se queda esa primera canción que rechacé de buenas a primeras. Entonces hay que volver. En ese momento estoy perdido: soy un rehén del ritmo y la melodía.
Esto me sucedió hace poco con The Magic Gang, un cuarteto afincado en Brighton que pasa con desenfado del pop diáfano de boy band a los momentos más lóbregos del rock alternativo noventero, a veces en la misma canción. Las comparaciones con Weezer, ergo, no son gratuitas ni están desatinadas.
Su carrera comenzó en 2013 y dos años después la rompieron con el single “No Fun”, tal vez su tema más coriáceo; como su catálogo hasta ahora, ya era una muestra de que el millenial rawk sigue anclado al siglo pasado pero también de que tiene nervio y denuedo.
Estos cuatro son, además, productivos y en apenas unos meses invadieron la red con canciones que se caracterizan por sus letras cándidas y algo frívolas, guitarras punzantes y coros de hit parade. Algo es seguro: The Magic Gang son especialistas en temas que se fijan en la sesera y se niegan a abandonar por días enteros. Y de eso se trata este negocio, ¿no?
Parece, incluso, que se sienten cómodos en la nueva (aunque cada vez mejor asimilada) pauta de lanzar todo su material al piélago virtual del streaming. Dependen de sí mismos y, siempre milénicos adaptados, han sido hábiles para manejarse en un laberinto de redes sociales que parece sencillo y abarcable, pero que en realidad es una ciénaga incierta en la que extraviarse es la norma.
Su primer EP, homónimo, fue lanzado a inicios de 2016. Sin ser un fenómeno viral, ha llegado a los oídos necesarios para que el piélago no virtual de los clubes, los festivales y las giras gitanescas les abriese un espacio que también han explotado cual 49er que encontró al fin una veta cresa.
Han girado por buena parte del Reino Unido y por varias ciudades de Europa, a veces acompañando a Wolf Alice, ese grupo sensación del otro lado del charco. De atenerse al lugar común, podrían bien anunciarse como the hardest working group in (indie) show business y el mote no les vendría guango.
Su segundo EP (titulado –con un poco de insoportable ironía dosmilera– The Second EP) fue estrenado apenas unos meses después, en septiembre, con canciones que los seguidores ya reconocían de sus plácidos shows en vivo (uno puede darse una idea de ellos en su clip para “Alright”, y que son tal vez las mejores, hasta ahora, de su inventario en apariencia inextinguible: estos amenazan con seguir lanzando material cada poco tiempo, saliendo de gira a donde les dejen y reclutando más cerebros rehenes del ritmo y la melodía. Porque, admitámoslo, tienen tablas, lo saben y arrimarán el ascua a su sardina mientras la vida les dé.
Que lo hagan. Capaz que de aquí sale algo grande. Más grande, pues. No estaría mal.
C/S.