MARÍA MERIOMA • Rock-pop psicodélico cimentado en cuerdas y elementos electrónicos.
Sidonie es una de esas agrupaciones que en España no requieren presentación. Casi 15 años de producciones (varios más de recorrido), siete largos editados y una larga lista de colaboraciones con músicos como Antonio Vega, Pereza, Annie B Sweet y Love of Lesbian, entre otros, hablan por ellos.
Procedentes de la ciudad condal, Marc Ros, Jesús Senra y Axel Pi llegaron a finales de los noventa con un rock-pop psicodélico cimentado en una estructura armada de varias cuerdas (guitarras acústicas y eléctricas, bajo y sitar), percusiones (batería, bongos y tablas) y elementos electrónicos como el theremin que sostienen la voz de Ros.
El nombre es parte de su historia. En 1997 aún hacían versiones de otros; un buen día se cruzaron (sin saberlo) con Jesús en la tienda de discos donde él trabajaba y se llevaron el álbum Sidonie, de Brigitte Bardot. Al comenzar a tocar sus propias canciones decidieron llamarse así y quien les vendió ese disco es ahora parte del grupo.
Sus inicios estuvieron compuestos por letras en inglés y al igual que muchos han llegado al castellano, aunque no dejan de acudir al otro idioma cuando, al parecer, les permite expresarse y coordinar mejor musicalmente sus letras. Tampoco dejamos de encontrar versiones que nos recuerdan que esta debe ser una reinterpretación de lo original y no una copia.
La forma en la que Sidonie se ha impregnado de los grandes que marcan sus gustos musicales no se puede describir, pues lo plasman en cada uno de sus trabajos. A cada uno de sus favoritos le han ido dando protagonismo en el sonido de sus discos. Según sea el caso, sobresale la influencia de Bowie, Barret, Beach Boys e incluso Beck.
Recientemente presentaron su séptimo trabajo en estudio Sierra y Canadá con la personalidad melódica que siempre los ha caracterizado, pero haciéndose acompañar por un poco más de ritmos electrónicos y dándole total protagonismo al teclado.
Un sonido bastante más adulto que en sus momentos más pop, lo cual demuestra que bandas con muchos kilómetros detrás de sí pueden seguir sorprendiendo.
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