JOSÉ A. RUEDA
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Desde que en 1997 Migala publicaran Diciembre, 3 AM hasta la última entrega de El Hijo titulada Fragmento I (Discos de Kirlian, 2015), Abel Hernández ha estado obcecado en la búsqueda de un camino musical que lo lleve a cualquier otro mundo distinto a este.
El escapismo ha sido la nota dominante en sus composiciones, lo cual cristaliza tanto en la parte instrumental (que era la que mandaba en Migala), con una musicalización irreal de atmósferas quiméricas y fricciones de sonidos a punto de despedazarse; como en la poética (que es la que ha perfeccionado como solista en El Hijo), con unos versos que desbaratan los patrones implantados para la escritura moderna de autor.
Las ganas de huir a lugares aún por inventar y el anhelo de una vida inexistente se realizan en estrofas que reviven moldes seculares, como los villancicos y las fábulas, convertidos por El Hijo en algo enteramente contemporáneo y vanguardista. En las ingeniosas metáforas de Abel (y en el surrealismo conseguido a través de estas) se respira el oxígeno que Vainica Doble dejaron en el aire musical español.
El Hijo indaga en sus posibilidades creativas en lugar de asentarse en un estilo consolidado, pues la apetencia por moldear el medio de expresión vital que para Abel Hernández es la música ya fue en su día superior a la oportunidad de explotar aquel post-rock enigmático de Migala, que llegó a cautivar a la escena internacional.
De este modo, no sólo fue novedad la suma de voces en castellano al entramado sonoro que forjaba antes, sino que además la instrumentación se ha retorcido hasta alejarse de cualquier sonido acomodado, arrimándose por momentos al retro-futurismo, a la banda sonora de ciencia ficción e incluso a la vanguardia nuevaolera de los ochenta, que aún es capaz de palparse en las calles de Madrid.
Las cuatro nuevas canciones de Fragmento I cortan profundo hasta penetrar en esas premisas que definen la música de El Hijo y que configuran una manera cada vez más única de hacer canciones. El nuevo EP promete continuidad y augura un crecimiento cuantitativo y cualitativo de su repertorio. Esta constante evolución parece, por suerte para todos nosotros, no tener techo.
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