JOSÉ A. RUEDA
Por venir de Valencia y hacer pop de amor y desamor enseguida los comparan con La Habitación Roja. Y no se equivocan: Marc Greenwood está también detrás de este cuarteto como uno de los responsables de la cimentación rítmica y dueño de la grabación sonora.
Este lazo que los une con los padres del indie valenciano, sitúan a Maronda entre la corriente continuista del pop independiente de hoy en España. Esa que emplea su labrada experiencia para rejuvenecer estilísticamente y convencer tanto a nostálgicos como a neófitos del rock sentimental.
En esa línea han surgido grupos recientes como Burrito Panza (con Carlos Cuevas, de Surfin’ Bichos) o menos recientes como Tachenko (con Andrés y Sergio, de El Niño Gusano), que continúan obcecados con el pop existencialista de veinteañeros y treintañeros, a pesar de las canas que afloran en sus barbas.
Con Pablo Maronda al frente, el combo valenciano acumula tres discos en los que apuestan ciegamente por las mismas cartas: melodías soleadas, nostalgia sesentera y pose adolescente. El resultado hasta hoy son más de treinta canciones que se dejan querer por su rica instrumentación y la larga nómina de versos pegajosos.
Pese al tema redundante del amor, su visión amable de las rupturas y la holgada diversidad armónica logran que ninguno de los discos de Maronda caiga en lo tedioso. Y que una escucha ininterrumpida de los tres baste para extraer un buen “Grandes Éxitos” repleto de candidatas a himno generacional.
Al desapercibido El fin del mundo en mapas (2011) –en el que ya apuntaban a las corbatas y flequillos de Los Brincos– le siguió La orfebrería según los místicos (2013), una banda sonora del lado dulce del desamor que evoca el mod tardío español de Tarik y La Fábrica de Colores, Los Flechazos o Cooper (las Vespas se dejan ver en el videoclip de “Volverás”), y contiene un buen puñado de cánticos a las cosas del querer como “He hablado con ella”, “El ruido eterno” y “Me fui antes de verte llegar”.
El año pasado regresaron con Vibraciones (2015), en el que dan otra lección magistral de composición melódica y siguen empeñados en el costumbrismo teenager. Sin embargo, dentro de sus márgenes conocidos, Maronda muestran distintas caras del pop intimista para ofrecer una agradecida variedad sónica de entre la que es posible elegir estados más pop (“Nefertiti”) o más rock (“El oráculo”), más acústicos (“Pastoral de tierras baldías”) o más eléctricos (“Quemando cromo”), y más antiguos (“Ajoblanco”) o más modernos (“La fe inmortal”).
Pero, una vez más, lo que sobresalen son los repuntes sixties y el espíritu juvenil de “Alguien mejor que yo”, “No va a quedar nadie en Madrid” y, sobre todo, “Brindar con detergente”, otra de esas canciones de Maronda que, de haber llegado antes, le habrían enseñado el camino que jamás debieron abandonar Lori Meyers.