JOSÉ A. RUEDA
La carrera de Julio de la Rosa ha ligado desde sus inicios música y cine. Era 1993 cuando compartía pupitre en la facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla con Alberto Rodríguez, uno de los cineastas españoles más reconocidos en la actualidad. Por entonces formó su primer grupo de rock independiente con un británico llamado Andy Jarman, fundador de los sellos discográficos en los que debutaron Sr Chinarro y Maga.
Strange Fruit se llamó aquel grupo de guitarras saturadas y letras en inglés que duró hasta el festival de Benicàssim de 1996, justo cuando Julio creó El Hombre Burbuja. La nueva banda irrumpió con fuerza en aquel indie noventero español: cantaban bien, sonaban mejor y apuntaban muy alto. Pero aquello era España y los apoyos del sector discográfico irían a parar a lo de siempre.
Contra viento y marea, El Hombre Burbuja navegaron en paralelo con el creciente indie español del cambio de milenio. Eran años de evolución y madurez en los que los artistas de la primera generación independiente se consolidaron con sus mejores trabajos (Los Planetas, Nacho Vegas, Chucho, Mercromina, Nosoträsh). Una prosperidad musical en la que también dejó su impronta El Hombre Burbuja con dos álbumes notables y un deslumbrante La Paz está en las Matemáticas (2002).
Apuntaban a ser una de las bandas más grandes de la historia del rock alternativo en castellano, pero quizá siguiendo el desarrollo natural del indie español, en la que antiguos líderes de bandas disueltas estampaban sus nombres y apellidos en discos de corte introspectivo, Julio de la Rosa abandonó el barco para debutar como cantautor en M.O.S. (2004). El disco, aunque continuó la senda lírica y sonora de El Hombre Burbuja, inició un abandono progresivo de los juguetes electrónicos a la vez que abrazó tímidamente el folk.
Con La Herida Universal (2011) y Pequeños Trastornos Sin Importancia (2013), Julio se reivindicó como un crooner alternativo de altura, con tolerables repuntes de arrogancia y delirios de hombre sufridor.
Casi a la vez que su estreno en solitario, Alberto Rodríguez le propuso componer la música de la película 7 Vírgenes (2005). Julio aceptó el reto y el resultado supo a gloria: primer éxito de taquilla de Rodríguez y su consolidación en el mundo cinematográfico. De la Rosa se convirtió en el hombre de confianza de Alberto y sería el encargado de musicalizar sus tres siguientes películas.
Si Grupo 7 (2012) se quedó a las puertas de obtener el Goya a la mejor banda sonora, La Isla Mínima premió el pasado 2015 a ambos amigos y compañeros en la Universidad de Sevilla. El largometraje fue galardonando con diez Goyas, entre ellos mejor director y mejor música original. Un broche de oro para sus dos trayectorias, la cinematográfica y la musical.
Con las aguas del éxito en calma, Julio se toma su tiempo para los proyectos venideros y por ahora ofrece algunas actuaciones entre cuyos ensayos quizá prepare el material del próximo disco. Ahora sólo nos queda esperar el regreso en cualquiera de sus dos facetas: la de cantautor atormentado o la de compositor cinematográfico.