JOSÉ A. RUEDA
Las cuatro décadas de dictadura franquista explican el tan reciente desarrollo y expansión de la música pop en catalán, hoy lengua cooficial en Cataluña, Comunidad Valenciana y Baleares, pero otrora prohibida y vilipendiada por el régimen. Desde los setenta hasta hoy, el catalán en la música se ha relacionado con la contracultura y la protesta (Pau Riba, Jaume Sisa, Lluis Llach), pero también con la canción melódica y el folclore mediterráneo (María del Mar Bonet, Joan Manuel Serrat).
En el territorio indie, la lengua catalana ha encajado en las bases anglófilas del pop y del rock con algo más de soltura que el castellano, ya que, al llegar después, han aprendido a limar sus errores y a desarrollar sus aciertos. A ello se suma un acercamiento a la tradición mucho más libre de prejuicios que el de los grupos en castellano, dejándose influir sin miedo por todos los referentes mencionados arriba (Riba, Sisa, Bonet, Serrat…).
Además, lo que el indie en la lengua de Cervantes jamás consiguió en los noventa, el indie en la lengua de Ausiàs March lo hizo en la presente década: colocar un álbum durante varias semanas en el número uno de los más vendidos. Fue 10 Milles per Veure una Bona Armadura (2011), de Manel. Si ya era inimaginable que el indie convenciera al mainstream o que la música catalana alcanzara tal popularidad, figúrense esta combinación: un grupo indie catalán vendiendo más discos que nadie en España.
El mismo año del éxito de Manel, una banda de Mallorca llamada Antònia Font y liderada por la mente desencorsetada de Joan Miquel Oliver también saboreó el éxito de los grandes, situando Lamparetes (2011) en el “top 10” de los superventas. Se corroboraba la realidad que se estaba viviendo en el Estado español: el pop alternativo en catalán no sólo gustaba al indie y al mainstream, sino que convencía tanto a bilingües como a castellanoparlantes.
Antònia Font podrían haber aprovechado este pequeño tirón comercial, pero tras aquel boom de 2011, duraron muy poco más. Dos años después, tras publicar el disco Vosté és Aquí, dijeron adiós. Es por ello que Pegasus (2015), el regreso de Joan Miquel Oliver tras la disolución de la banda, ha despertado más expectación que ninguno de sus trabajos anteriores en solitario. Y digo “ninguno de sus trabajos anteriores” puesto que (oh, sorpresa) se trata del séptimo disco del mallorquín al margen de su banda de siempre.
Y es que las carreras de Antònia Font y Joan Miquel habían corrido en paralelo hasta ahora, publicando casi el mismo número de álbumes y depositando en los de Oliver el cancionero que no entraba en los planes del grupo. Ahora, con total libertad de decisión, Joan Miquel esparce todo su imaginario pop en Pegasus, donde equilibra las dos facetas en las que brilla con luz propia: la capacidad de dibujar melodías y el ingenio de escribir historias. Una lástima que la barrera lingüística nos impida penetrar en su universo de frescura lírica y melancólica cotidianidad. Pero hagan un esfuerzo y denle una escucha. Si les engancha, anoten más grupos en catalán a su lista de reproducción: Mishima, Mazoni, Els Amics de les Arts, Sanjosex… No se arrepentirán.