ESTEBAN CISNEROS
FOTO: Herbert Gairhos
Una idea para un personaje de novela que-arrasará-con-los-galardones y que luego se convertirá en película devora-Óscares: un parisino graduado de la Sorbona en Literatura Francesa del siglo XVIII que se dedica, porque esa es su pequeña gran revolución, a construir piezas musicales con electromotores, poleas, partes de mecano, instrumentos de teclado, juguetes y tornamesas.
Y sí, leyó usted bien: construir piezas musicales.
El personaje, además, existe, mais oui! en presente puntual. Se llama Pierre Bastien, como usted podía suponerlo desde la primera línea; nació en 1953 y descubrió en 1968, el año en que París se convulsionó, que podía iniciar su propia revuelta para cambiar el mundo. Entre el experimento y la intuición, la técnica y la corazonada, el método y la inspiración, la premeditación y el accidente, se dio cuenta que su camino a explorar estaba en el sonido. En sus cualidades, sus ritmos, sus maneras de vibrar. Y que esas ondas iban a ser creadas no por una guitarra (a la que, contrario a lo que hacían los enfants de la révolution, abandonó en un rincón por años) sino por objetos en apariencia no musicales. Su idea surgió gracias a un metrónomo (a quien le declaró la guerra) y dos sartenes: con el surrealismo en las venas, los unió para ver cómo funcionaban las vibraciones del primero afectadas por las formas de los segundos. El ulular resultante le emocionó tanto que se convirtió en su jayah, su motivo vital, el electromotor de su alma.
Sin embargo, trabajó con la música también de manera tradicional. Escribió piezas para cuartetos de cuerda, acompañamientos para ballets y, como buen fan, homenajes (¿calcas?) a su ídolo John Cage. En 1986, trabajando para el coreógrafo de bailete Dominique Bagouet, armó su primera máquina musical con una tornamesa, un platillo y piezas de mecano. A Tristan Tzara le habría encantado ver y escuchar eso: el espíritu dada seguía vivo en pequeñas máquinas-hacerruido marca Bastien. Había nacido un monstruo que hacía honor a todos los sueños lúbricos más licenciosos de los pioneros del siglo XX: el dinamismo de las máquinas y los motores, la tecnología anti-industrial, el ritmo y lo disímbolo, el asombro y la novedad, el escándalo de armar un follón armado de unas tijeras/un peine/un martillo, la vanguardia pendenciera que se mofa con sutileza, precisión y elegancia de los señores vestidos de frac vistiéndose, justamente, de frac. Bastien no era el único, pero sí era único. Lo es todavía.
De a poco, este científico loco que se inspiró en viejos libros de ciencia ficción verniana para intentar nuevos sonidos, se adueñó de los escenarios europeos sin abandonar sus obsesiones ni ceder en sus intenciones. En un mundo pragmático librecambista hizo pequeños gadgets de ritmo y ruido, máquinas que no caben en las fábricas, construyó piezas musicales en planos de ingeniería que usó como partitura.
Y en la parte álgida de esta historia, Pierre Bastien era el creador y líder de Mecanium, una orquesta (¿o es mejor llamarle clica?) de ochenta máquinas capacitadas para tocar laúdes, xilófonos, bendires, banjos, cítaras y todos esos instrumentos orientales que el europeo gusta de adjetivar como exóticos; para Bastien y sus ingenios eran un color más en una paleta interminable de posibilidades para crear. Además, tenía brazos mecánicos tocando violines, teclados y percusiones. ¡A ver si alguna idea se les ocurre, estudiantes de mecatrónica de nuestros jactanciosos institutos!
Y, como buena clica, a veces las máquinas no respondían o lo hacían de maneras inesperadas. Bastien se lo tomaba con calma: era sólo otra posibilidad sonora. Sus aparatos le enseñaban que toda creación escapa, tarde o temprano, de las manos de su autor, cobra vida y cuenta su propia historia.
¿Haría falta algo para terminar ese libro, ese guion, sobre un genio en la transición del XX al XXI? Tal vez algunos cameos que hacen de esa vida aún más interesante. Algunos nombres (tenga Google, papel y lápiz a la mano): el músico Robert Wyatt, el artista de video Pierrick Sorin, el diseñador Issey Miyake, el cineasta Karel Doing, el luthier Jean Weinfeld, el músico Richard D James (sí, Aphex Twin) y, por supuesto, el gigantesco y genial Pascal Comelade.
Pierre Bastien sigue a lo suyo, hoy. Blue as an Orange es, hasta ahora, su último trabajo discográfico que continúa con su idea de los artilugios inteligentes, la filarmonía de los ritmos dinámicos, el cacumen innegable del curioso, la música como posibilidad. Cuarenta minutos de compases creados por ruedas, poleas, articulaciones mecánicas, golpeteos férreos y vibraciones analógicas de madera, plástico, hierro y cristal.
Al carajo la electrónica, parece decir Bastien, un convencido de que lo de hoy –y sobre todo, lo de mañana– es la música mecánica.
Pierre Bastien presentará la conferencia Arte sonoro: de sus orígenes a nuestros tiempos en el marco de NODO , como parte del #FestivalNRMAL, en la ciudad de México. La cita es el viernes 11 de marzo a las 17:00 horas en el Centro Cultural de España en México.