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Cómo ser un escucha responsable en la era del streaming

February 7, 2018

spotifyESTEBAN CISNEROS 

Consumo responsable. El término, nuevo o no, está muy vigente. Se le invoca desde la sustentabilidad y hasta en la nutrición. Pero, ¿aplica a la música y el entretenimiento? Según el músico y autor Damon Krukowski (Galaxie 500, Damon and Naomi) sí que lo hace.

En un muy comentado y compartido artículo de Pitchfork –titulado “How To Be A Responsible Music Fan in the Age of Streaming”–, Krukowski expone el caso de la música en Spotify y otros servicios de transmisión de contenidos en línea. 

Mientras estos crecen (o algunos de estos, pues los más poderosos han engullido a los demás), los músicos cada vez reciben menos regalías e incentivos por generar lo que antes era producto cultural y ahora es mero contenido; esto podría parecer una verdad obvia, pero es justamente ahí donde recae el peligro – y donde entra la responsabilidad del usuario, escucha, fan o consumidor.

Krukowski usa las bases de datos de BuzzAngle Music para generar su argumento. Y cruza números: el 99% del streaming de música se compone del 10% de los tracks más populares. Visto de otro modo, si la radio nos ofrecía una programación propuesta por alguien más y sobre la que el escucha tenía un poder limitado de elección, el streaming va por el mismo camino y peor: los algoritmos, tan discutidos últimamente, no benefician el libre tráfico de contenido, sino que estrechan su tránsito. 

Si bien, argumenta Krukowski, siempre ha habido disparidad entre actos de disqueras grandes y los de disqueras pequeñas (o actos independientes, que abundan en la actualidad), no ha hecho más que agrandarse en una era en que la pequeña pantalla es el mundo para buena parte del público.

 

“Si, por ejemplo, uno usa Spotify con suscripción para escuchar música más allá del 10% más popular, entonces el dinero invertido no apoya realmente lo que se escucha”.

 

¿Y qué pasa entonces con los fans, los inquietos, los que quieren otra música? Krukowski usa una parábola, como los viejos sabios: la historia de los deadheads, acérrimos de The Grateful Dead, quienes siguieron al grupo a través de años y ciudades. Cuando, ya en los ochentas y noventas, el grupo se transformó en una banda llenaestadios y los conciertos eran cada vez menos íntimos, los devotos seguían su peregrinar, pero ya no entraban a los recintos. Se quedaban, en cambio, en los estacionamientos, perpetuando el ritual comunal de los primeros Dead a su manera, manteniendo cierta pureza y mística, pero también negándose a dar su dinero a la maquinaria que les había “quitado” a “su” grupo al convertirlo en un tótem de gran escala.

La cuestión de la escala es esencial, por lo que Krukowski propone “ajustar nuestro consumo a la escala de lo que queremos como público”. Si, por ejemplo, uno usa Spotify con suscripción para escuchar música más allá del 10% más popular, entonces el dinero invertido no apoya realmente lo que se escucha. 

 

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El modelo del streaming está diseñado para funcionar a favor de lo más popular, pues no hay muchas alternativas de uso. Un ejemplo extremo, según Krukowski, es Netflix: cien millones de suscriptores y, en la plataforma norteamericana, con sólo 25 películas filmadas antes de 1950 en su catálogo. Si esto no es un escándalo para el cine (y su universo y sus fans, pero también sus creadores), qué lo es entonces.

Las plataformas de música corren este riesgo y una de las razones más potentes es la falta de contexto. Porque (dice Krukowski y cualquiera con dos dedos de frente lo sabe) el contexto lo es todo. Spotify, por mostrar el caso célebre, enlista la música y la ordena por título, álbum y artista. La información de las liner notes, autores, otros músicos, productores, ingenieros y todos los miembros de un equipo que hacen posible una canción se pierden.

 

“Los servicios digitales son buenísimos para manejar cantidades masivas de datos”, escribe Krukowski, “y aun así no son capaces de especificar cuál de los radicalmente diferentes quintetos de Miles Davis toca en cada álbum”.

 

Y no, no es nada más una cuestión de nerds de la música. Nos concierne a todos los que la disfrutamos, casual o intensamente. 

Dos razones que Krukowski expone con claridad son para poner el grito en el cielo. Una, la omisión de pago de regalías por la falta de esta información (lo explicó con manzanas Eriq Gardner hace unos meses en el Hollywood Reporter). Y la segunda, no menos aterradora, es la creación de artistas fantasma creados por la misma plataforma a quienes, evidentemente, no se les pagarán regalías – ni demandarán por ellas (Liz Pelly lo analiza también con lupa en The Baffler). 

El modelo de no pagar a los creadores de contenido se extiende. Y la eliminación del contexto (y peor: deliberada, según Krukowski) quita control a los artistas sobre su obra. Es el quid del asunto. La información es la clave: un consumidor responsable la comparte ya no solo como un acto de trivia nerd, sino como un acto político para la supervivencia de la música original, de la creación. Krukowski cita incluso a Aaron Schwartz, un caso trágico del activismo en línea: “La información es poder y, como todo poder, hay quien lo quiere para sí. Pero compartir no es inmoral: es un imperativo moral”.

Cuestión, de nuevo, de escala. Y, por tanto, de estructura. Volviendo al ejemplo de Krukowski de los deadheads en los estacionamientos, existe siempre la posibilidad de estar fuera de la estructura. Y proponer otros modelos.

 

Streaming no es sinónimo de compartir, lejísimos de ello. Es un servicio corporativo con un engranaje fuera de la vista del público, al que subestima (e incluso manipula, según Krukowski, para generar ganancias). 

 

Pero el contenido es nuestro: de músicos y público. Y hay distintas estructuras para compartirlo. De Bandcamp a los conciertos pequeños; del uso de las redes al apoya tu escena local; de cómo escribir de música a cómo hablar de música, hay varias maneras de ser un consumidor responsable.

Krukowski tiene varios puntos interesantes para comenzar una discusión. Pero, sobre todo, una acción. Esta vez habrá que hacerlo por la música que nos gusta y nos importa. Para que se sostenga la creación. Y que no nos aplique la línea aquella de Leonard Cohen: But you don’t really care about music, do you?

 

C/S.

 

 

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