TEXTO: ARTURO URIZA
FOTOS: MARÍA MERIOMA
El estado del rock y su constante muerte (y resurrección) es algo que desde hace ya muchos años los amantes, consumidores, expertos y ocasionales aficionados han tratado de analizar o explicar.
La ya conocida frase de “ya no hay música como la de antes” y sus variantes, como que “ya no existen buenas bandas” o que “la música de ahora no es música”, son una de las cosas que hemos oído generación tras generación desde que nuestros abuelos odiaban la música de nuestros padres y nuestros padres la nuestra… Y así hasta el final de los tiempos.
Es interesante pensar entonces, en dos actos como Foo Fighters y Green Day, ambos relacionados con movimientos musicales importantes de los noventa y venidos a menos con cada año que pasa del siglo XXI. ¿Es entonces verdad que ya no hay música y bandas como las de antes?
Aunque es probable, tampoco creo que eso sea negativo. Menciono esto antes para poner en perspectiva algunas cosas de cómo funcionan la industria y el consumo musical, pensando en que el Corona Capital es un universo de estudio perfecto.
Foo Fighters -los únicos que no permitieron acceso a fotógrafos de la prensa- es una banda que complace a muchos niveles a los “amantes del rock” pero que vista en perspectiva es una banda mediana que durante años ha sobrevivido por sencillos regulares, por una que otra buena canción, y por supuesto, por tener de líder al otrora baterista de Nirvana.
Su show me recordó los grandes vicios de la industria, como el exceso del espectáculo, la extraña solemnidad de las bandas de rock que tanto he odiado desde que conocí bandas que se tomaban mucho menos en serio y que al mismo tiempo entregaban piezas musicales que no envejecen un solo día después de décadas.
Dave Grohl es un tipo que cada vez se parece más a una caricatura del rockero promedio, ese que odia las cosas nuevas y que considera que todo el tiempo pasado fue mejor, o por lo menos eso refleja en el escenario. Su espectáculo es un compendio de clichés, seguido de solos innecesarios y chistes formulados, los cuales además repite en cada show en diferentes ciudades del mundo, como una rutina pensada para buscar el aplauso fácil. Por supuesto, dominan a la audiencia y complacen a la mayoría de los fanáticos, pero son humo y espejos, no más, no menos.
El otro ejemplo es Green Day. Una de las bandas más famosas de punk de estos últimos años y unos ahora señores que en su época de adolescentes trataban de separarse de escenas clásicas y ortodoxas, y que si bien siempre han sido divertidos, han ido poco a poco configurándose como una serie de, precisamente, músicos ortodoxos y prontuarios.
La nostalgia sin embargo es una arma poderosa, especialmente en estos tiempos e incluso una nostalgia prestada y no existente, latente en la mediatización y la idealización como herramienta de venta; lo digo porque en este Corona Capital vi a una chica de no más de 20 años llorando desconsolada con una canción de Green Day.
Tanto Foo Fighters como Green Day caen en algo muy básico: la satisfacción facilona e inmediata del público. Los primeros con un show de “rock” muy serio, donde recurren a cliché tras cliché de las viejas bandas clásicas y los segundos con un show divertido y fácil de digerir, en el cual se incluyen dinámicas como subir gente del público a cantar con ellos, la aparición de botargas, pirotécnica y demás faramallas que están más cerca de los grandes espectáculos como el Cirque du Soleil o de las técnicas de animadores de fiestas de fin de año.
Sin embargo, esto funciona y es perfecto para la mayoría del público, quienes solo buscan divertirse y escuchar las canciones que les marcaron en la secundaria, universidad o en cualquier etapa de juventud que les haga sentirse bien con su pasado, pero ¿y el presente? ¿en verdad vale la pena seguir atorados en “aquellos viejos tiempos”?
Como decía, el Corona Capital es un universo perfecto para analizar el estado actual de la música, porque puedes oler lo tendencioso de algunos proyectos y dilucidar con facilidad ciertas dinámicas de los festivales. La selección de algunos actos que seguramente les ofrecen en paquete, lo sobrevalorado o infravalorado de otros y el lugar justo de algunos, además de cómo reacciona el público a cierto tipos de géneros.
En estos festivales también puedes darte cuenta de lo populares que son algunas bandas de las que jamás habías escuchado en tu vida o de cómo hay nuevos usuarios que jamás se han interesado en la música hasta que van a un Corona… En fin, tantas y tan variadas situaciones por las que de verdad es interesante ir cada año.
También hay cosas que están en su lugar, proyectos a los que se les da su justo valor, llámense Mogwai, quienes en vivo suenan como una tormenta sublime y destructiva…
…O Grouplove que son verdaderamente sorprendentes, con toda una amalgama de géneros que convergen en un show energético que pasa desde sonidos a la Flaming Lips hasta cosas ultra pop que coquetean con el mega mainstream…
Mientras el vocalista de Grouplove intenta emular a Kurt Cobain y la chica de la segunda voz parece una Lady Gaga en ácido lisérgico, todo esto mientras homenajean a Bowie o a los Beastie Boys y agitan el escenario como si fuera una fiesta de fin de año en 1999.
Es interesante comparar el papel de las bandas “más pequeñas” en relación con los actos que se vende como principales, o con aquellos que repiten su papel en estos festivales y que incluso, podríamos decir, se volvieron famosos en nuestro país gracias su participación previa, como Phoenix, Metronomy, The Drums o The XX.
Eso sin olvidar a aquellas bandas o proyectos relativamente pequeños o menos famosos, como Anika, Whitney o Washed Out, que son los que dan más de qué hablar porque proponen cosas mucho más interesantes.
Algo aparte es PJ Harvey, una verdadera artistas que por desgracia solo dio una hora de show, el cual fue simplemente perfecto. Un verdadero ejemplo de madurez musical y evolución artística, increíblemente, sublime. Es impresionante ver un ensamble como el suyo, donde todo está exactamente donde tiene que estar, donde el playlist es preciso y donde entrega un show que evoluciona minuto a minuto hasta conseguir un éxtasis sobrenatural. Si alguien fue al Corona y no vio a PJ de verdad no sé a qué fue.
En resumen, reafirmo que el Corona es un festival logrado, con sus altas y sus bajas, pero que trata de dar –dentro de lo posible– algunas opciones interesantes acompañadas de actos que generan flujo de gente y de dinero, porque como sabemos todo en esta vida es negocio y sólo hay que saber elegir los que nos convienen.
A mí me sigue pareciendo justa la relación costo-beneficio del CC, donde pude ver cosas fabulosas, algunas regulares y otras irrelevantes, aunque todas me generaron al menos una reflexión, y eso ya vale la pena.