SAM VALDÉS
Es una gélida noche de marzo de 2013 cuando voy pujando cuesta arriba. El camión no pudo subir la colina por el hielo negro en el pavimento y sin reembolsarnos ni un mísero centavo nos bajaron por el hospital infantil, donde la pendiente pasa de “caminata matutina” a “cardio intenso”.
Todavía tengo las agradables notas de Blessa, una banda con bastante hype (merecido). Fueron uno de los últimos cuatro grupos que tocaron en Soyo en su faceta de foro de música. La queja de un vecino amargado hizo que la alcaldía les dijera que como bar podían seguir funcionando, pero que ya no podrían tener los conciertos de cada lunes por la tarde.
La pérdida de Soyo como foro afectaba más de lo que podía imaginarse a la gente de Sheffield. En una ciudad con un historial musical tan rico que nos ha dado a la disquera Warp, a 65daysofstatic, a Pulp, a Def Leppard, a Joe Cocker y a The Human League, la situación actual no es muy prometedora.
Al igual que en la Ciudad de México, el cierre de foros en los últimos años ha venido trayendo pésimas situaciones. Pareciera que hablo de México cuando digo que los foros ya están manejados esencialmente por grupos selectos, pero en todas partes se cuecen habas. Aún así, hay cierta flexibilidad y hay quienes a veces logran colarse por esa aparentemente impenetrable barrera entre el dueño del foro y el músico.
Pero la situación no es un final, sino una transición. Como ciudad, Sheffield aparenta ser un páramo cultural: el presupuesto de arte fue eliminado por el gobierno, las exposiciones de museo no siempre llenan y ver que a una banda le paguen por tocar es un auténtico milagro. En este tipo de situaciones es cuando uno aprecia el instinto de fight of flight, y curiosamente los músicos hallaron un santuario en la otra industria que murió en Sheffield: la metalurgia.
Por generaciones enteras, un juego de cubiertos hecho en Sheffield era un lujo digno de presumirse. Las forjas, herreros y artesanos de la ciudad jugaban con los metales a su antojo, pero eventualmente la industria cayó en los ochentas durante los tiempos de Thatcher. Sheffield, alguna vez apostada como la cuarta ciudad más importante de Inglaterra (título que siempre claman Leeds y Manchester), se hundió en una espiral de la que realmente nunca se recuperó.
Intentos por sanar el centro fracasaron y la destrucción de lugares artísticos y de expresión para la construcción de condominios es la nueva orden. Pero entre los muros llenos de tizne, los pisos con virutas de hierro forjado y las muflas saqueadas de cualquier material preciado nacen las nuevas protestas…
Espacios contraculturales como Tye Die Tapes, The Audacious Art Experiment y hasta el infame Club60 fueron creados en naves textiles, forjas y viejos almacenes de carbón. Si los estudios locales como 2Fly o Yellow Arch no cumplían tus expectactivas o simplemente no eran de tu agrado, ¿por qué no ir con los chicos de Tye Die Tapes y comer pizza mientras graban hasta las 4 AM? Y si el ruido de la ciudad te distrae, ¿por qué no caerle a la granja remodelada de Old Pig Farm y grabar tu disco de shoegaze, country o folk con John y Paul, quienes siempre están dispuestos a tocar un instrumento extra si tú lo deseas?
Aún con tantas opciones, la situación de Sheffield no es la ideal. Tramlines es realmente el único fin de semana donde los lugares se abarrotan para ver bandas, conocidas o no. Festivales interinos como Sheftival y Steel City Rock trataron de replicar el éxito de Tramlines, pero no es sustentable tener tres festivales en una ciudad de ese tamaño.
Hay nuevos foros, como Picture House Social y The Rocking Chair que ya son más “legales” y que están haciendo las cosas bien. Tal vez en este momento las cosas cambien en Sheffield pero el legado de estos últimos, difíciles diez años ha sido un montón de bandas copiando a Arctic Monkeys y una masacre de foros…
Tal vez se empiece a recuperar la ciudad o tal vez esto sea una llamarada de petate y los nuevos foros cierren. Lo que es una realidad es que en una situación de adversidad, la gente se las ingenia para sobrevivir. No puedo jurarles que en México vayamos a resolver los problemas actuales al igual que los ingleses, pero puedo jurarles que esto no es el fin.
Porque como dijo ya algún sabio de color azul: “¿El final? Nada termina. Nunca”.
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