JUAN ESTEBAN OSORIO
Humberto Pernett es barranquillero, aunque lleva mucho tiempo afincado en Bogotá. Y a pesar de haber estudiado en la capital y llevar un buen tiempo aquí, no se puede quitar la Costa de encima.
Sus camisas coloridas son famosas –las manda a hacer por encargo– y tiene un afro que haría babear a Lenny Kravitz, además de que sus canciones exudan una sabrosura sin parangón dentro de la música tropical actual.
Su capacidad de eclecticismo musical parece la de un DJ que juega con la perilla de las emisoras de la radio, y que pasa de un lado a otro sin detenerse demasiado tiempo en alguna. Fragmentos de todo, con sabor a muchísimas cosas, sin una etiqueta definida.
Si se le pregunta al mismo Pernett acerca del género de su música, su respuesta va a ser simple: Es… cumbia. Con electrónica. Y funk, claro.
Pero a eso hay que sumarle un recetario de influencias y ritmos, que parecería de catálogo, y así no funciona esto de los géneros. La música de Pernett es el resultado de un sancocho musical que es la sopa propia de la región costera colombiana: el sancocho es lo que se cuece en una olla –mejor si es inmensa. Se debe cocinar sobre leña, a fuego lento, y mejor, si es en medio de una fiesta.
¿Qué más iba a hacer Pernett, entonces? Su propia música. Una sopa llena de sabores, con un fondo de electrónica, voces melodiosas, arreglos que hibridan lo viejo y lo nuevo, canciones que además de ritmo, percusión y sonoridades particulares, no tienen el menor reparo en casar una guitarra eléctrica con una flauta wayúu que él mismo interpreta, vientos de los indígenas del norte del país.
Uno de los últimos discos en los que Pernett se involucró, fue Corroncho 2, proyecto del británico Phil Manzanera (Roxy Music), quien viajó a la Colombia de su mamá para explorar ritmos y sonidos autóctonos, y se rodeó de gente como nuestro protagonista, quién le grabó los temas “Caballo Blanco” y “Palo Santo”.
Cabe destacar que “Corroncho” es el nombre que los del interior colombiano dan a los costeños de su misma tierra. Y puede ser un insulto –algo así como el naco mexicano–, pero también un orgullo emblemático, si el que se enfunda el adjetivo lo quiere sentir así.
Así que debajo de esa pinta de corroncho cool, de estar de fiesta la mitad del tiempo y la otra en recuperación, Pernett es además un académico de la música; estudió Composición en una facultad en Bogotá, y es un estudioso del tema, no improvisa.
Toda esa bacanería, ese circo de colores y de ritmos que ostenta, los cruces entre folclor y rave, tienen un soporte formal y una investigación musical que es capaz de regurgitar en un empaque bailable, muy divertido, pero con el fundamento de un músico que se sabe responsable de lo que canta y toca.
Detrás de tanta corronchería, en todo lo que hace Pernett hay un respeto y un afán de rescatar lo que puede ser olvidado. Un antídoto contra el alzheimer musical… Siempre con una sonrisa de por medio, pero con un tono de “por favor, no olvidar”.