JUAN ESTEBAN OSORIO
Edson Velandia introduce su carrera musical diciendo: “Yo empecé como Julio Iglesias. Quería ser futbolista, pero me lesioné. Y me tocó ser músico”. Sin pudor confiesa que su primera interpretación amateur fue de una canción de Chayanne. Y siguiendo por esa línea de declaraciones sinvergüenzas, cuenta que también pasó por Arjona.
En ese punto, es hora de detenerse y preguntar: ¿Me está mamando gallo? (¿Se está burlando?) Y ese justamente es el encanto de Velandia: uno nunca sabe dónde empieza la risa y dónde acaba la solemnidad. Quizá porque sean una sola.
Velandia sale a tocar con una máscara de burro encasquetada en la cabeza; ha sido invitado a dos ediciones de Rock al Parque, donde sedujo al exigente –y a veces intolerante– público colombiano, con una propuesta donde mezcla una propuesta escénica divertidísima, con melodías que pueden oscilar entre lo näif y lo perverso, con dos acordes de diferencia. En su segunda participación en ese festival, se puso frente a un atril y dirigió una mini orquesta, empuñando una machete en lugar de batuta.
Sus videos harían babear de envidia a Frank Zappa, y provocarían arcadas a la misma MTV. Parece que fueran puestas en escena propuestas quince minutos antes de rodar, como si Edson se levantara por la mañana y le dijera a un parcero: –¿Qué? ¿Hacemos un video? ¡Camine!
Los músicos se aburren cuando el periodista les pregunta o los quiere encasillar en un género, así que Edson se adelanta y cuenta que lo suyo es “rasqa”, versión corta de “rascabuche”, sinónimo de perezoso en slang santandereano: explica que rasqa es el payaso del circo que no propone nada nuevo, que sólo juega con las sillas, se cae, hace reír a punta de golpes y ya está, mientras que el maromero se juega la vida en el escenario. Y que Edson Velandia se siente como ese payaso que no hace nada nuevo, pero lo intenta.
La verdad es que Velandia suele jugarse su carrera con cada canción, y siempre gana la apuesta. Estrenó hace algunos meses su primer disco en solitario, El Karateca, luego de cinco trabajos con su banda La Tigra; un colectivo de músicos que cubren desde las cuerdas, percusión y vientos, siempre en un ensamblaje armonioso, dentro del desquiciado proyecto musical de este santandereano, que se enorgullece de vivir en un pueblo (Piedecuesta) con su esposa y sus dos hijos, y los animales de la finca. Y es importante contar ese contexto, porque es de eso que está hecha su música.
De pueblo, de tierra, de animales correteando por ahí, de una visión familiar de la vida, de una herencia que le ha dejado su padre, un viejo que compone coplas, crea chistes y retruécanos, que su hijo después de pasar por un huracán de tendencias y demasiada información académica, encontró en esa sencillez de su casa, lo que siempre estuvo buscando. Un lenguaje directo, honesto, una música hecha de fogones, leña y campo.
Lo de Velandia es más complejo que simplemente decir “folk”. No, por ahí pasó hace mucho. No pierde tiempo en el tema de géneros. Va más allá. Lo que hace este guitarrista es como si hubiera agarrado una canción con la contundencia del punk, el humor de Les Luthiers, y la honestidad de rockero de la vieja guardia y la hubiera puesto a cocer bajo un fogón de leña.
A veces suena a un chiste – La Tanga Negra y el Tango solo-, pero a veces es un rap, muy acústico, donde con un tono amargo y triste cuenta y canta La muerte de Jaime Garzón; uno de los asesinatos más tristes y dolorosos de la historia reciente colombiana. Y eso no hace reír. Pero conmueve. Y es entonces cuando la carcajada se quiebra en un lamento, en una tristeza y una crítica punzante, que duele y que jode.
Porque de eso está hecho Velandia y su música: de risas, tristeza, ácido, barro, y mucha, mucha jodienda.
Edson Velandia se presentará en el festival FIMPRO, que se realizará en Guadalajara, Jalisco, del 25 al 28 de mayo de 2017.