Un disco que no se pierde en excesos, pero tampoco teme presumir lo que tiene.
SAMUEL VALDÉS LÓPEZ
Una vez me topé con un disco de blues donde un chamaco de cinco (¡5!) años se echaba unas maromas musicales acompañadas con berridos. Cualquier aspereza vocal era una nimiedad en comparación su talento musical.
Ahora, con casi 45 años de músico, Lucky Peterson vuelve con su Chicago Blues en The Son of a Bluesman, y ya con la voz bastante forjada por la vida.
“Blues in my Blood” parte plaza con un groove muy bien armado. La fraternidad musical es fuerte y para comenzar el viaje esta pieza es genial. “Funky Broadway” sigue con el ritmo contagioso, pero ahora con toques de funk y un solo de órgano que te hace recordar que éste hombre es una leyenda viva.
“Boogie-Woogie Blues Joint Party” pasea por el rock and roll de la vieja escuela, sin perder el ritmo. Y el ritmo muy bien llevado es lo que tiene este disco de once canciones (o quince, si te compras el vinilo), porque nunca se pierde en excesos pero tampoco teme presumir lo que puede hacer musicalmente. La pieza que más satisface de este disco es “Nana Jarnell”; un monstruo que desborda introspección y un derroche de emociones sin decir ni una palabra.
Lucky Peterson ha tenido dificultades en su camino. Siempre he dicho que es una maldición de los talentosos que empiezan a temprana edad. Es bueno que Peterson siga con nosotros y el final espiritual del disco es la alabanza de “I’m still Here (Gospel)”, donde la guitarra se va muy al fondo y deja que el fervor de las vocales ilumine el alma de la canción.
Por ahí nos avientan la clásica de “la luz que brilla con doble intensidad dura la mitad del tiempo.” Yo veo a Lucky Peterson y me sigo quedando “viendo estrellitas”. Que brille por otros 45 años.
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