Este martes amanecimos con la noticia de que se había ido el integrante de Los Negativos.
ESTEBAN CISNEROS
No lo conocí en persona. Pero como si. No sólo por toda la gente que sí conozco que convivió de cerca con él, allá del otro lado del charco, sino por sus canciones: son parte de mi vida. Ayer desperté con la noticia de que ya se había ido. Un héroe menos. Ya no escribirá más canciones. Lo que grabó es lo que quedará de su voz y sus dedos.
Militó en Bondage, Dr. Love, Los Negativos y The Canary Sect. Recién en febrero lanzó un nuevo single con Los Negativos: A tumba abierta / Turmix, en Butterfly Records (como presunto avance de un LP.) Pero toda su música me gusta: me identifica, me emociona, me hace sentir parte de algo. Supongo que así es la buena música, rara. Como la vida. Ahora tocará llegar a casa y poner sus discos, abrir una birra y brindar por los amigos ausentes, los que ya se fueron, aunque nunca los hayamos conocido en persona.
Él fue un dandi entre basura, un Artista con A mayúscula, un caleidoscopio en sí mismo. De esos hacen falta en todos lados, hoy. No sobran. Y hoy, ya nos falta uno más.
En febrero, justamente, escribí esto para el periódico:
Los Negativos, Piknik Caleidoscópico.
Mi Rubber Soul particular, usted me perdonará. Si alguna vez, entre sandez y sandez, me hicieran la pregunta de los discos y la isla desierta, nombraría este por impulso y no estaría equivocado (los impulsos rara vez lo están). Los Negativos son mi grupo ideal, al menos en Piknik Caleidoscópico, editado originalmente en 1986. Hay en este disco un poco de mis grupos favoritos: Byrds, Seeds, Love, todos esos, usted me perdonará. Pero suena a Los Negativos y a nadie más. Es toda una escuela, en el buen sentido de la palabra; es un disco pisaverde, elegante, pendenciero y que calza botines Chelsea. Es decir, todo lo que el pop debería ser: esas guitarras de doce cuerdas (¿lo eran?), esos órganos acedos, esa voz mil-novecientos-sesenta-y-seis, esas letras púrpura con flashes rojos. No pido más.
No puedo pensar en los mejores años de mi adolescencia tardía sin este disco. Porque, además, todos mis amigos lo tenían. Era un requisito implícito para ser parte de los corbatos. Y aunque muchos lo nieguen, todos querían formar parte de los corbatos. Yo el primero.
Podría, por tanto, escuchar este disco con extrema nostalgia. Pero no me funciona así, por fortuna. Cada que lo escucho es un ritual y suena nuevo. Así son los grandes discos, supongo.
Para acabar de añadirle romanticismo a mi fijación por este disco, lo recibí de manos de una chica formidable cuando me llevó de picnic en un cumpleaños. Ella misma, tras una estancia en Barcelona, me envió un póster firmado de puño y letra de Alfredo Calonge. No es por eso (aunque cuenta), pero yo la quiero.
Hasta siempre, Alfredo Calonge. Buen viaje.
C/S.
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[…] También fue publicado en LaPopLife.com. […]